Un relajante viaje familiar a Menorca

Por Daniel Ruiz | Blogger Viajares


El pasado septiembre partimos emocionados de Barcelona con destino a Menorca para pasar unos días de vacaciones con los niños. Teníamos muchas ganas de llegar para disfrutar de las aguas turquesa y las estupendas playas menorquinas que tan buena y merecida fama tienen.

El viaje en si mismo también nos apetecía mucho, y a nuestros tres peques les emocionaba en gran medida la idea de dormir en un camarote, pues el primer trayecto sería de noche hasta alcanzar la isla. Con el coche cargado hasta los topes con todo lo necesario para unos días de vacaciones veraniegas llegamos al puerto con una sonrisa en la cara y el típico nerviosismo de antes de emprender un viaje. En un momento ya estábamos en la más alta de las cubiertas del ferry 'Martín i Soler' de Baleària dispuestos a despedir a la ciudad de Barcelona, que sin haber zarpado siquiera nos parecía extrañamente lejana.

Después de decir adiós a la montaña de Montjuïc y dejar a un lado las lucecitas de los enormes mercantes fondeados frente al puerto inspeccionamos con mucha atención nuestros dos camarotes. Allí no faltaba de nada. Después de duras negociaciones entre los cinco sobre el reparto de camas nos dirigimos al restaurante para cenar. Cada uno eligió en base a sus gustos entre los diferentes menús, en los que no faltaban platos adaptados a los viajeros más pequeños.

Fue una cena de lo más agradable, amenizada con un suave balanceo del barco, puesto que ya surcábamos las aguas profundas del Mediterráneo alejados de la costa catalana. Con la barriga llena y el relax de estar ya instalados y en ruta sin ningún contratiempo nos abandonamos a un profundo sueño en nuestras deseadas camas.

La llegada a la isla de Menorca fue espectacular. La tripulación del ferry nos despertó con unos suaves golpes en la puerta del camarote y una cantinela que se alejaba por el pasillos repitiendo buenosdíasmediahora. Los chicos saltaron de la cama emocionados para anunciar que ya se vislumbraba a través del ojo de buey de nuestros camarotes una fina línea azulada que parecía tierra.

Nuestra travesía hasta Menorca llegaba a su fin. Picados por la curiosidad nos vestimos a la carrera para subir a cubierta a otear el horizonte. Efectivamente. estábamos a pocas millas del Puerto de Ciutadella, y justo detrás empezaba a amanecer el sol, en total alineación con el rumbo del ferry. No podíamos esperar un recibimiento de este calibre, tan escénico, a la más septentrional de las Islas Baleares. Poco a poco el buque iba aminorando la marcha mientras la silueta de la isla se hacía más evidente bañada en tonos rojizos.

Cambiando de estribor a babor, y viceversa, los chicos no se perdieron ni un detalle de las maniobras del buque para atracar en el Puerto de Ciutadella, y estaban contentos y excitados por haber llegado a la isla. Tras una inspección en el camarote para cerciorarnos que lo teníamos todo, descendimos a las bodegas en busca de nuestro coche. Y con cuatro giros y maniobras ajustadas salimos a la deslumbrante luz del Mediterráneo en un periquete. Delante de nosotros teníamos una estupenda ocasión para disfrutar de unos días maravillosos en Menorca, y empezábamos nuestras andanzas relajados, descansados y contentos tras haber viajado tan cómodamente los cinco.

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