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Marisa Llopis: «Vamos a continuar creciendo porque somos imparables»

Marisa Llopis: «Vamos a continuar creciendo porque somos imparables»


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Marisa Llopis Company comenzó a trabajar en el call center de Baleària como refuerzo de verano en mayo de 2000 porque así podría conciliar el trabajo con su vida familiar.

 

Hoy sigue trabajando en la sede central de Dénia como técnica de compras; han cambiado muchas cosas en estos años, pero no su eterna sonrisa.


Cuando Baleària comenzaba a navegar como empresa, la sede de Dénia se convirtió en un emergente centro de trabajo, especialmente su call center, que llegó a tener más de cien empleados, mayoritariamente mujeres. Eran tiempos en los que la venta online era una quimera. Y, como muchas otras personas, Marisa Llopis presentó su currículum en Baleària gracias al boca a boca.


Sin experiencia en el sector, Marisa Llopis asumió el reto con la positividad que le caracteriza: «Cuando me contrataron, no me lo podía creer. Se podría decir que estoy en Baleària gracias a Carol Ramis [una de las históricas; desde 1993 en Flebasa y, desde su fundación, en Baleària como técnica contable], que fue la que le comentó a mi prima que necesitaban gente para la campaña de verano y el caso es que creo que nunca se lo he dicho a Carol; aprovecho para darle las gracias desde aquí. Empecé en el call center dando información y haciendo reservas por teléfono, pero justo a los dos meses me preguntó mi responsable, Cristina Mulet, si estaría interesada en trabajar en la taquilla porque necesitaban una persona, y acepté».


Desde aquel ya lejano mayo de 2000, Marisa Llopis estuvo solo dos meses en el call center, pasó a taquillas durante 10 años para recalar finalmente en el departamento de Compras, regido por los principios éticos que constituyen una de las principales señas de identidad de Baleària.


El optimismo vital de Marisa Llopis le hace revivir con pasión varios hitos en la trayectoria de la empresa, como la entrada en servicio del «majestuoso» Federico García Lorca (del que asegura que le dio mucha pena cuando se vendió) o el seguimiento de la salida del astillero, travesía y llegada a Dénia del Eleanor Roosevelt (que califica de «muy emocionante»). Aunque no tiene preferencias referidas a barcos e hitos de la empresa: «Siempre he vivido con entusiasmo los buenos momentos de Baleària. Cada barco que se ha construido nuevo, cada línea que se ha abierto, la construcción de la estación marítima donde estamos ahora…».


Precisamente por su positividad, Marisa Llopis es testimonio de referencia de los momentos comprometidos de Baleària, que haberlos haylos como en cualquier organización: «Recuerdo la crisis económica del 2008, cuando Baleària se había endeudado con cuatro barcos nuevos; en la cena de Navidad de ese año, las cosas pintaban muy mal y así lo comentó Adolfo al principio de la cena, pero también nos dijo que su intención era no echar a nadie y añadió que si salíamos de esa situación sería todos juntos. Y así fue, se salió con el esfuerzo de todos».


Otro de los episodios fue durante la pandemia [en la que Baleària mantuvo los salarios de los trabajadores sujetos a ERTE]; Marisa Llopis rememora estar en casa viendo online el mensaje del presidente: «Nunca hasta ese momento le había visto tan cabizbajo, me entristeció muchísimo, pensé que era el final de Baleària. No pude contener las lágrimas… Me preguntaba cómo era posible que una empresa que en ese momento funcionaba tan bien se pudiese ir a pique por culpa de un virus. Pero afortunadamente también de esta se ha salido».


«Baleària está donde está por la valentía de nuestro presidente, porque el que no arriesga no gana, y él ha sabido arriesgar y rodearse de personas y departamentos eficaces que se han sabido mover para modernizarse y no quedarse atrás. No se ha tenido miedo a construir barcos nuevos, a remotorizar varios barcos a gas natural, abrir líneas nuevas que suponían todo un reto, como es la de EE. UU., a invertir en tecnología y digitalización…», señala Llopis. Y lo que es más importante, enfatiza, que la sociedad perciba a Baleària como una empresa seria, responsable y de confianza: «Vamos a continuar creciendo porque somos imparables».


Haber comenzado repartiendo tarjetas de embarque de cartoncillo selladas manualmente y tener que recontar los resguardos recogidos por la tripulación para poder elaborar el listado de pasajeros da a Marisa Llopis una perspectiva que le permite afirmar que no reconoce «la Baleària de entonces con la de ahora, más allá del compañerismo y los objetivos compartidos».


Y desde esta perspectiva recuerda momentos positivos de interacción con los clientes: «Un día que estaba bajita de ánimos por cuestiones personales me dijeron que unos clientes me reclamaban por mi nombre en la taquilla; me inquieté, pero resultó que me buscaban para obsequiarme con dos ensaimadas en agradecimiento por un problema que les había solventado un año antes; compartí una de las ensaimadas con mis compañeros y la otra con mi familia y el día se arregló». Una vez explicada la anécdota, Marisa Llopis se pregunta a sí misma si con las actuales normas éticas que rigen en la empresa podría haber aceptado las ensaimadas.

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Melilla: modernista, española y divina
Melilla: Sabor a mil culturas
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Melilla: Sabor a mil culturas

  La interculturalidad es el mayor patrimonio de Melilla. Pero la convivencia entre personas de tan diversas culturas, ya sea por su religión u origen, no solo se palpa en las calles. También se ve reflejada en la mesa de los hogares y restaurantes melillenses, con una gastronomía tan variada como rica en su materia prima.   Melilla ha sido, tradicionalmente, lugar de paso de mucha gente. Cada cual traía sus costumbres y recetas, lo que ha contribuido a enriquecer durante siglos una gastronomía muy marcada por la interculturalidad. A nadie extraña en Melilla encontrar en la mesa especialidades árabes junto a platos más propios de la península. Una armonía gastronómica que evoca la convivencia de las comunidades cristiana, musulmana, judía e hindú, que conforman la sociedad. En el menú melillense hay guisos que no son exclusivos de la ciudad, pero se asocian a ella. Es el caso del cuscús, la pastela de marisco o de pollo, o una buena harera, indispensable en la ruptura del ayuno en Ramadán. También el tallín, los pinchitos, el té con hierbabuena y los dulces típicos árabes, algunos habituales en desayunos y meriendas.   Aunque no son recetas exclusivas de Melilla, en esta ciudad se elaboran de forma distinta a la de las zonas más turísticas de Marruecos. La comida bereber que se prepara y sirve en este enclave español en el norte de África es algo diferente, marcada por la forma de cocinar del Rif, pero con el inconfundible toque exótico y especiado de este tipo de cocina. Estos son los platos que más se sirven en los restaurantes con carta de especialidades árabes, que son todo un reclamo para muchos de los que llegan a Melilla. Pero la gastronomía melillense va mucho más allá de los platos bereberes. También abundan las preparaciones de pescado y marisco, ya sean en fritura, a la plancha o cocido, que es de lo más demandado en la ciudad. Un amplio menú La hostelería melillense ha sabido mantener una oferta gastronómica muy amplia, que va de los platos tradicionales (en restaurantes como Caracol Moderno, Posada de Paco Benítez, Restaurante Miguel Benítez, La Pérgola, La Muralla, Casa Juanito la Barca) a una cocina más de vanguardia (La Traviata, El Instinto, Gastrobar La Cala, Almoraima) pasando por mil y una tapas (Rincón de Casa Sadia, La Cervecería, Castelar, La Gaviota, Cinema) que, según los veteranos del gremio, fueron pioneras en España pese a la fama de otros lugares.   Melilla sigue siendo la gran desconocida también en gastronomía. Una cocina que triunfa por su gran variedad y calidad de la materia prima.   Cuscús   Plato típico: rape a la Rusadir por bandera Melilla no tiene un plato típico que abandere su gastronomía. Esa carencia llevó a convocar un concurso, organizado por el Ayuntamiento en 1979 a petición de la Asociación de Amas de Casa, para elegir un plato oficial. El ganador fue la 'Cazuela de rape a la Rusadir', nombre que los fenicios dieron a la ciudad. Pero no ha calado. Ni en los fogones particulares ni en la restauración. Es difícil encontrarlo en algún restaurante, y casi imposible que un melillense de la calle sepa enumerar sus ingredientes o describir su aspecto, característico por el color rojo.   El plato tiene como base colas de rape y diversas verduras (pimiento rojo, tomates, ajo, ñora, guisantes) sofritas, trituradas y salpimentadas y especiadas con comino. Todo se cocina en cazuela de barro, con un fumet de rape, elaborado con los restos del pescado, zanahoria, puerro, apio, cebolla, laurel, pimienta y sal, según la receta facilitada por la Escuela de Hostelería de Melilla. El secreto está en no pasarse al cocinar el rape para que no pierda su jugo.   Costumbre: decanos del tapeo «Melilla es un abanico abierto de tapas». Amaruch Hassan, dueño del restaurante Casa Sadia y expresidente de la Asociación de Hostelería de Melilla, sabe de qué habla. Lleva en el sector desde que tenía 13 años, hace más de medio siglo, y ya se servían tapas en una época en la que los foráneos decían no haber visto nunca aquellos pequeños platos incluidos en el precio de la consumición, igual que ahora. Por eso mantiene que la ciudad es pionera en la cultura del tapeo. Aquí se preparan «tapas de más categoría que en la península, con todo el respeto a otras ciudades», señala Amaruch mientras prepara pinchitos al carbón en su anafre, uno de los principales reclamos de su establecimiento, situado junto a la sinagoga principal, en pleno centro.   Pinchitos de todo tipo que se diferencian de los de otros sitios por el aliño y las especias. El perrito de corvina es el favorito de los jóvenes y de quienes quieren pescado sin complicarse con las espinas. La versión tapa admite salmonetes, boquerones, albóndigas y carne en salsa, caracoles, bravas con especias morunas, huevo con anchoa…   Tapa de caracoles de Casa Sadia


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El puerto de Sóller, el gran refugio de la Tramuntana
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El puerto de Sóller, el gran refugio de la Tramuntana

  El Puerto de Sóller es el puerto natural más grande de la costa norte de Mallorca.   Tiene una longitud de 800 metros y una anchura que supera los 850 metros. Está comunicado desde Palma por carretera (Ma-11) y por tren, y desde Sóller por un tranvía. Se sitúa en el corazón de la Serra de Tramuntana, al pie de las montañas más altas de la isla. Es la salida al mar de un inmenso valle, definido por escritores y poetas como El jardín de las Hespérides del Mediterráneo occidental. Este gran refugio marítimo de la Tramuntana tiene capacidad para 465 embarcaciones, con una longitud no superior a los 15 metros y un calado de no más de 3 metros. Su bocana mide cerca de medio kilómetro. A lo largo de la historia ha servido de abrigo y refugio de pescadores, comerciantes y toda clase de navegantes. Además, durante la Guerra Civil sirvió de base para submarinos.     El Port de Sóller desde el Oratorio de Santa Catalina     Actualmente, es el punto de salida de las excursiones marítimas a lugares costeros de especial interés como Sa Foradada, Cala Tuent, el puerto de la Calobra y el Torrent de Pareis. Para conocer mejor el entorno, proponemos iniciar el paseo a pie en la primera parada del tranvía, a la entrada del puerto. A la izquierda tenemos la desembocadura del Torrent Major y la playa d’en Repic. A la derecha, la Torre del Alcaide, edificio defensivo del siglo XVI de un alto valor histórico y patrimonial.     Playa d’en Repic Es uno de los principales focos de interés turístico del puerto de Sóller. Una playa de fina arena a la que podemos acceder desde la parada del tranvía por un puente que atraviesa el torrente. Desde aquí conectamos con un paseo peatonal por el que se suceden los establecimientos de restauración y de alojamiento turístico, ubicados a pocos metros de la playa, equipada con duchas públicas.     Playa d’en Repic y la montaña de Bàlitx   Torre del Alcaide Conocida también como el Castillo del Puerto, esta torre fue edificada entre 1543 y 1545 para proteger la entrada del puerto de las temidas incursiones piratas. La más importante sucedió años después, el 11 de mayo de 1561, cuando cerca de dos mil piratas desembarcaron en el exterior del puerto con la intención de invadir y saquear el valle. La victoria local sobre los invasores se celebra cada año con un simulacro de batalla entre moros y cristianos, el segundo lunes del mes de mayo.   Los faros del puerto Cuando el viajero se sitúa sobre la playa d’en Repic, frente a la bocana del puerto, queda sorprendido por la presencia de tres faros, algo inusual. El más antiguo es el de Muleta (1841), situado sobre el Cap Gros, a la izquierda. Seguidamente, sobre la punta de la Creu, a la derecha de la bocana, se ubica el segundo faro, construido en 1864, que nunca llegó a entrar en funcionamiento. El tercero, muy cerca del anterior, es el del Bufador (1928).     Faro de la Creu (izquierda) y Faro del Bufador (derecha)     Estación terminal del tranvía (1913) El 16 de abril de 1912 se inauguraba el tren que une Palma y Sóller. Un año después, el 4 de octubre, se ponía en marcha la línea de tranvía eléctrico que todavía hoy conecta Sóller con el puerto. Toda línea, desde Palma hasta el Puerto de Sóller, conserva un aire vintage, que supone un gran atractivo turístico.     Estación terminal tranvía Puerto de Sóller, construida en el año 1913   Barrio de Santa Catalina A la derecha del puerto, encontramos el barrio de Santa Catalina, donde antiguamente habitaban los pescadores y guardaban sus embarcaciones. Con el aspecto típico de una población marinera, con casitas pequeñas situadas en calles estrechas y muy empinadas, Santa Caterina es el lugar perfecto para andar y disfrutar del ambiente tranquilo del barrio.   En la parte más alta, sobre la colina, encontramos el Oratorio de Santa Caterina, datado del siglo XIII, y su mirador, un lugar ideal para disfrutar de unas espectaculares vistas del mar Mediterráneo. Otro punto de interés en nuestro recorrido por el barrio de Santa Catalina es el oratorio de San Ramon de Penyafort, personaje histórico con una curiosa leyenda relacionada con el rey Jaume I de Aragón.     Faro de Muleta


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Melilla: modernista, española y divina

Melilla: modernista, española y divina

  Es la segunda ciudad española con más edificios modernistas, solo por detrás de Barcelona. Ahí siguen, erguidas, en pie, pese al salitre, las majestuosas edificaciones que hacen de la ciudad un sitio muy especial, con mucho encanto arquitectónico, y una excelente gastronomía.   Cambiar de mundo en cuestión de minutos al pasar de Europa a Marruecos cruzando la  frontera. Melilla es puente entre dos universos. De esos lugares que sorprenden gratamente. El  modernismo y la diversidad de las culturas musulmanas, judía, cristiana, hindú, gitana y china que conviven en ella hacen de la ciudad un sitio muy diferente y especial. En este 2022, Melilla cumple 525 años de españolidad. A ella llegas llorando, pero el refrán advierte de que de aquí también te vas llorando.   Día 1: 08:00 Empezar el día haciendo deporte. Por el paseo de las Horcas Coloradas. Cuando corres por esa zona, tus ojos se clavan en las montañas de Marruecos que tienes enfrente. La vista es  espectacular. 09:30 Reponer fuerzas en La Selecta, una cafetería con terraza que da a la Avenida Juan Carlos I, el centro neurálgico del Modernismo. Aquí puedes degustar el desayuno típico melillense: té moruno con churros. En la acera de enfrente, está la escultura del arquitecto Enrique Nieto, hacedor del milagro de convertir Melilla en cuna modernista de tintes catalanes. 10:30 Inicio del recorrido por el centro. A tiro de piedra tienes el Palacio de la Asamblea, construido en 1932. Es un edificio modernista con dos torres árabes, que refleja el combo cultural que es la ciudad. Subiendo por la avenida tienes la Casa Tortosa, de 1914. Maravillosa e imponente pese a los cables que estrangulan su fachada. 11:30 Un vistazo a los edificios emblemáticos. El edificio La Reconquista, construido en 1915, da a la Plaza Menéndez Pelayo y a la iglesia del Sagrado Corazón. Ahí, en esa zona, tienes el bar Arábica, por si tienes sed y quieres tomar un zumo natural de naranja.   Edificio La Reconquista, proyectado en 1915 12:30 La Melilla judía. A la espalda de la avenida está la Sinagoga a pocos pasos de la iglesia del Sagrado Corazón, en la calle Ejército Español. Se puede concertar una visita guiada. Es sobrecogedora, como sacada de una leyenda.   14.00 Degustar la gastronomía local. Ve a Casa Sadia (junto a la Sinagoga) para probar los langostinos de la Mar Chica y los pinchitos morunos. Si prefieres buena carne, tienes La Traviata, te queda cerca y se come de escándalo. Si buscas comida casera de cuchara, el restaurante Mar de Alborán (General Prim, 24) tiene menú diario que lo mismo te combina unas lentejas con hígado a la moruna, que un caldero bereber (carne en salsa) con una ensalada. 16:00 Tarde de playa. Prueba los mojitos del chiringuito Soul Beach, en la playa de San Lorenzo. Hay que ver la cala de la Ensenada de Galápagos, una playita escondida entre las rocas. 21:00 Pescaíto frito para cenar: En la calle Castelar, hay tres bares con Soletes de la Guía Repsol: La Gaviota, Castelar y La Casa de L’Abuela (este último solo abre los fines de semana). 22:00 Puedes tomar algo en Melilla La Vieja, en el bar de la Plaza de Estopiñán.   La Casa Tortosa es una de las joyas de Enric Nieto   Día 2: 10:00 Visita al cementerio de La Purísima. Es pequeño, pero especial. En él están enterrados los héroes de la Guerra del Rif. No te pierdas la tumba del Soldado de los Milagros, Benito López Franco, muy venerado en la ciudad. 11:00 Incursión en el Rastro. Desde el cementerio, bajando por Castelar te encuentras la Melilla modernista devastada por el paso de los años. A tu derecha, tienes el barrio del Rastro y la Mezquita central, un edificio modernista diseñado por Enrique Nieto. En los alrededores tienes un cafetín y muchas tiendas pequeñas donde comprar chilabas, dátiles, artesanía marroquí o los típicos tallines de barro y las cuscuseras. Si tienes dudas de cómo hacer el cuscús, pídele a la dependienta que te dé la receta. Es fabulosa.   14:00 Hora del cuscús. Prueba un buen cuscús en el restaurante Caracol Moderno. Comida bereber exquisita y una decoración a tono. De una gama más modesta tienes el cuscús del Europizza (Calle La Legión, 36). No te dejes llevar por el nombre. Es único. Prueba el batido de aguacate.   Hora del cuscús 17:00 La Melilla verde. No te vayas de Melilla sin visitar el Parque Forestal o el Parque Hernández, pegado al centro. Ideal para fotos de Instagram, pero sobre todo para apreciar el ir y venir de culturas. Tiene un bar donde tomar una cerveza mientras disfrutas del paisaje. 19:00 La ciudad desde arriba. No te pierdas las vistas subiendo a la terraza del Museo de Arte  Contemporáneo Casa del Reloj. Desde ahí arriba, Melilla es inmensa pese a tener poco más de 12 kilómetros cuadrados. 21:00 Cena de despedida. Tienes que probar el restaurante Instinto (Carlos de Arellano, 12). Tiene buenos vinos y langostinos de la Mar Chica muy frescos. No dejes de probar la ensaladilla con nueces o el tartar de atún. 23:00 De vuelta a la Avenida Juan Carlos I, pasarás por el edificio de la Comandancia Militar de Melilla y más adelante está el inmueble conocido como El Acueducto, en la avenida Reyes Católicos, frente a la sede de la UNED. Inaugurado en 1928, es una mezcla del estilo clásico, art decó y modernista. De los más bellos de la ciudad aunque el criterio general destaca La Casa de los Cristales, que en su día fue el Gran Hotel Reina Victoria (Prim, 18).   La Casa de Los Cristales, en su día hotel Reina Victoria   Imprescindible: Té moruno, Cuscús y Duty Free Imprescindible probar el té moruno, los pinchitos morunos y el cuscús. El Rastro para ir de compras y la calle Castelar para probar pescados fritos. Recuerda que en Melilla el tabaco y el alcohol son más baratos que en la península porque no tienen impuestos. Tienes varias tiendas Duty Free en la Avenida con una selección de productos de lujo. Trae zapatillas  y bañador. Camina la ciudad, corre y, si el tiempo lo permite, date un chapuzón en la playa Ensenada de Galápagos. Tómate una copa o un refresco en el kiosco de Melilla La Vieja. Pasea por la Avenida y O’Donnell, el corazón comercial, no dejes de ir al paseo de Horcas Coloradas.


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Melilla: Sabor a mil culturas

Melilla: Sabor a mil culturas

  La interculturalidad es el mayor patrimonio de Melilla. Pero la convivencia entre personas de tan diversas culturas, ya sea por su religión u origen, no solo se palpa en las calles. También se ve reflejada en la mesa de los hogares y restaurantes melillenses, con una gastronomía tan variada como rica en su materia prima.   Melilla ha sido, tradicionalmente, lugar de paso de mucha gente. Cada cual traía sus costumbres y recetas, lo que ha contribuido a enriquecer durante siglos una gastronomía muy marcada por la interculturalidad. A nadie extraña en Melilla encontrar en la mesa especialidades árabes junto a platos más propios de la península. Una armonía gastronómica que evoca la convivencia de las comunidades cristiana, musulmana, judía e hindú, que conforman la sociedad. En el menú melillense hay guisos que no son exclusivos de la ciudad, pero se asocian a ella. Es el caso del cuscús, la pastela de marisco o de pollo, o una buena harera, indispensable en la ruptura del ayuno en Ramadán. También el tallín, los pinchitos, el té con hierbabuena y los dulces típicos árabes, algunos habituales en desayunos y meriendas.   Aunque no son recetas exclusivas de Melilla, en esta ciudad se elaboran de forma distinta a la de las zonas más turísticas de Marruecos. La comida bereber que se prepara y sirve en este enclave español en el norte de África es algo diferente, marcada por la forma de cocinar del Rif, pero con el inconfundible toque exótico y especiado de este tipo de cocina. Estos son los platos que más se sirven en los restaurantes con carta de especialidades árabes, que son todo un reclamo para muchos de los que llegan a Melilla. Pero la gastronomía melillense va mucho más allá de los platos bereberes. También abundan las preparaciones de pescado y marisco, ya sean en fritura, a la plancha o cocido, que es de lo más demandado en la ciudad. Un amplio menú La hostelería melillense ha sabido mantener una oferta gastronómica muy amplia, que va de los platos tradicionales (en restaurantes como Caracol Moderno, Posada de Paco Benítez, Restaurante Miguel Benítez, La Pérgola, La Muralla, Casa Juanito la Barca) a una cocina más de vanguardia (La Traviata, El Instinto, Gastrobar La Cala, Almoraima) pasando por mil y una tapas (Rincón de Casa Sadia, La Cervecería, Castelar, La Gaviota, Cinema) que, según los veteranos del gremio, fueron pioneras en España pese a la fama de otros lugares.   Melilla sigue siendo la gran desconocida también en gastronomía. Una cocina que triunfa por su gran variedad y calidad de la materia prima.   Cuscús   Plato típico: rape a la Rusadir por bandera Melilla no tiene un plato típico que abandere su gastronomía. Esa carencia llevó a convocar un concurso, organizado por el Ayuntamiento en 1979 a petición de la Asociación de Amas de Casa, para elegir un plato oficial. El ganador fue la 'Cazuela de rape a la Rusadir', nombre que los fenicios dieron a la ciudad. Pero no ha calado. Ni en los fogones particulares ni en la restauración. Es difícil encontrarlo en algún restaurante, y casi imposible que un melillense de la calle sepa enumerar sus ingredientes o describir su aspecto, característico por el color rojo.   El plato tiene como base colas de rape y diversas verduras (pimiento rojo, tomates, ajo, ñora, guisantes) sofritas, trituradas y salpimentadas y especiadas con comino. Todo se cocina en cazuela de barro, con un fumet de rape, elaborado con los restos del pescado, zanahoria, puerro, apio, cebolla, laurel, pimienta y sal, según la receta facilitada por la Escuela de Hostelería de Melilla. El secreto está en no pasarse al cocinar el rape para que no pierda su jugo.   Costumbre: decanos del tapeo «Melilla es un abanico abierto de tapas». Amaruch Hassan, dueño del restaurante Casa Sadia y expresidente de la Asociación de Hostelería de Melilla, sabe de qué habla. Lleva en el sector desde que tenía 13 años, hace más de medio siglo, y ya se servían tapas en una época en la que los foráneos decían no haber visto nunca aquellos pequeños platos incluidos en el precio de la consumición, igual que ahora. Por eso mantiene que la ciudad es pionera en la cultura del tapeo. Aquí se preparan «tapas de más categoría que en la península, con todo el respeto a otras ciudades», señala Amaruch mientras prepara pinchitos al carbón en su anafre, uno de los principales reclamos de su establecimiento, situado junto a la sinagoga principal, en pleno centro.   Pinchitos de todo tipo que se diferencian de los de otros sitios por el aliño y las especias. El perrito de corvina es el favorito de los jóvenes y de quienes quieren pescado sin complicarse con las espinas. La versión tapa admite salmonetes, boquerones, albóndigas y carne en salsa, caracoles, bravas con especias morunas, huevo con anchoa…   Tapa de caracoles de Casa Sadia


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