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Lugares donde perderse y encontrarse con Ibiza
Ibiza era una fiesta… para los sentidos. Existe una isla tranquila, de carreteras sinuosas que te llevan a pueblos insospechados, de playas y calas protegidas por las rocas, las dunas y los pinos, de atardeceres mágicos en los que no se necesita nada más que estar consciente para sentir la energía ibicenca de la que tanto se habla, pero que no todos perciben
El norte salvaje y agreste se mueve al ritmos de los tambores, las playas del sur se dejan querer (y proteger) por la posidonia y Santa Eulalia al este y San Antonio al oeste compiten en belleza y autenticidad
Las Salinas: una playa casi virgen para ir con amigos
No por ser una de las playas más conocidas de Ibiza Las Salinas deja de ser una de las más espectaculares. Estamos en el Parque Natural de Ses Salines y eso se nota en el color blanco de su arena y en sus aguas cristalinas, de lo que se encargan las praderas submarinas de posidonia oceánica que la rodean, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco
Justo enfrente de este alargado arenal –enmarcado en un entorno protegido de dunas, pinos y sabinas– se encuentra Formentera, ya que ambas islas están separadas tan solo por el estrecho Es Freus, llamado por los formenterenses Ses Portes (Las puertas) al ser el único punto de acceso a su isla
Ses Salines (recuerda que los carteles estarán escritos en balear) es perfecta para el baño, ya que apenas hay pendiente y el Mediterráneo se siente como una inmensa piscina turquesa, pero también lo es para socializar. De hecho la llaman la playa de los famosos, como famosos son los chiringuitos donde encontrártelos tomando algo: el club de playa Malibú, el restaurante de playa Jockey Club Ibiza y el más relajado Sa Trinxa
Sa Caleta, la cala en la que se esconden los ibicencos
No busques turistas en la recoleta cala de pescadores Sa Caleta, al este de la península donde hallar el Poblado Fenicio de Sa Caleta, el núcleo urbano más antiguo de Ibiza, que data del siglo VIII a. C., y también es Patrimonio de la Humanidad. Aquí solo encontrarás locales que huyen en verano de la masificación y que prefieren tomar el sol o saltar al agua desde los muelles de sus tradicionales casas varadero que pelearse por encontrar un sitio en la arena blanca para colocar su toalla
El esnórquel aquí es obligado, ya que sus aguas cristalinas y su fondo pedregoso en el que descansan abundantes praderas de posidonia hacen que el Mediterráneo se convierta en una fiesta submarina para los sentidos. Tampoco el entorno de secano se queda corto: estarás protegido por acantilados de tierra rojiza y por un intenso bosque verde plagado de especies autóctonas
A Sa Caleta se llega desde Sant Josep por la carretera de Eivissa, donde se ha de tomar el desvío en el cruce de Sa Cova Santa
Es Canaret, una cala perdida para perderse
Una gran mansión corona esta cala de gravilla inaccesible hasta hace bien poco, ya que los dueños de la propiedad la habían hecho suya. Hoy, gracias a un obligado camino público, ya es posible llegar hasta la orilla, aunque el camino no sea nada fácil (lo que garantiza la escasa presencia de turistas)
Para llegar hasta este paraíso perdido (y encontrado), próximo a Cala Xarraca, has de dirirte a Portinatx y tomar un desvío hacia Es Caló de s’Illa hasta que veas la casa de Es Canaret y el sendero habilitado para alcanzar las casas varadero que aún se conservan en la cala
San Miguel, el pueblo blanco de la isla blanca
La iglesia fortificada de Puig de Missa (no confundir con la de Santa Eulalia) se yergue impolutamente blanca desde el siglo XV sobre la colina que protege al poco conocido pueblo de San Miguel, al norte de la isla
Hogar de agricultores y refugio de artesanos (encontrarás las tiendecitas desperdigadas por la cuesta que sube a la iglesia), el centro neurálgico (por llamarlo de algún modo) de este pueblo encalado –con algunos ribetes azules– es una pequeña plazoleta con un mirador, presidida por la estatura del poeta ibicenco Marià Villangómez, quien amó sus paisajes como nadie
Aquí se viene a comprar cuero, a confraternizar en su estanco centenario, a ver bailes folclóricos y, si nos entran ganas de comer, a escaparnos hasta el Port de Sant Miquel a probar uno de los mejores bullit de peix de la isla
Cala Comte, el atardecer perfecto
Es difícil encontrar en Ibiza un lugar secreto para ver el atardecer, ya que incluso la fiesta hippie de los tambores de Benirràs cada vez es más fiesta y menos hippie. No obstante, si tuviésemos que elegir un lugar en el que despedir al sol siendo conscientes del entorno, de la compañía y de nuestro propios tambores internos, ese sin duda sería Cala Comte: un pedazo de costa rocosa peinado por las dunas y con vistas a despistados islotes que se han quedado varados en el mitad del mar
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