Querida Ibiza,

Muchos te han soñado y pocos te han sentido. Yo sí, yo sí que lo he hecho, hasta el fondo de mis entrañas mediterráneas y por las venas intrincadas que son las serpenteantes carreteras que recorren tu costa y se adentran hasta tu corazón rural.

Isla dual como pocos lugares en el mundo, en ocasiones tu doble cara desconcierta, el arte y las fiestas, las calas y la multitud, la espiritualidad y el postureo… Pero de eso trata la cosa desde hace siglos, ¿no? Tu diosa, Tanit, esa que cuentan habita en la cueva de Es Culleram desde que llegaron los cartagineses, es la deidad del amor, la fertilidad y la vida, pero también la del subsuelo, el infierno y la muerte. No solo dejaron los púnicos su huella en la necrópolis del Puig des Molins.

También los romanos te amaron tanto como yo te amo, ellos por el oro blanco de tus salinas, yo por el de la arena de tus playas: Ses Salines, Cala Nova, Talamanca… El idilio con los griegos duró más bien poco, pero qué ¡bonita su forma de apodarte!: Pityoessai, junto a Formentera, las islas Pitiusas, las llenas de pinos.

También sucumbieron ante tus encantos los vándalos, bizantinos y hasta los árabes. De ahí tus tantos nombres: Aivis, Ebusus, Ibosim, Insula Augusta, Yebisah, Eivissa…

Yo, si no te importa, prefiero llamarte Ibiza, así contemporáneamente y con cariño, sin manosearte ni malbaratarte como hacen otros (sabes que no me estoy refiriendo a los artesanos genuinamente ibicencos).

Quizás este enamoramiento a primera vista tiene algo que ver con la energía hipnótica del islote de Es Vedrà, hoy protegido dentro del Parc de Cala d’Hort, en Sant Josep. No son pocas las leyendas que hablan de sucesos intrigantes a su alrededor. Yo, si fuera OSNI (Objeto Sumergible No Identificado), también querría adentrarme en tus fondos marinos, plagados de posidonia.

Lo de los piratas es caso aparte (menos mal que Calvi reforzó las murallas medievales y convirtió Dalt Villa en una fortaleza renacentista). Pasaste de ser vulnerable a los saqueos a convertirte en saqueadora, prueba de ello es tu obelisco a los corsarios en pleno puerto de Ibiza, un monumento único en el mundo por reconocer la labor del Capitán Riquer y sus marineros ibicencos, encargados de defenderte mediante patentes de corso.

Esa es otra de las cosas que más me encantan de tu manera de ser y de tu filosofía de vida relajada: no juzgas ni pones límites y la libertada de expresión es tu idioma (además de ‘Parl eivissenc’).

Por ello en los años 60 fuiste refugio de músicos y artistas y baluarte hippie. De aquellos movimientos en San Francisco quedan estos tambores en Benirràs y mercadillos en Las Dalias y San Juan.

Y lo mejor es que hoy en día no has perdido ni un ápice de tu atractivo, ese que hizo que Orson Welles filmara tu esencia verdadera en F for Fake, un documental sobre Elmyr de Hory, considerado como el mayor falsificador de obras de arte de la historia, desde Matisse a Picasso. Hoy es su bisnieto, Florian Picasso, quien pincha electro house y progressive en tus discotecas.

Porque son tus sonidos alternativos son los que marcarán el ritmo de los mejores clubs del mundo, por más que tus sonidos sostenibles y de convivencia sean los del piar de los pájaros sobre un campo labrado, unos niños haciendo castillos de arena en tus playas, las máquinas de coser de un taller artesanal de Adlib o unos tenedores compitiendo frente a un delicioso y tradicional plato de Bullit de peix.

Siempre que regreso tu lado –lo haría sin pestañear una y mil veces, ¡y no solo en verano!–, me invitas a tu mesa, ya sea compartida bajo un olivo de los que se aferran a la dureza de tu tierra y conforman tus raíces centenarias, o frente a un espectáculo circense y culinario orquestado por chefs de renombre que ya no entienden su mundo gastronómico sin tus productos orgánicos y de cercanía.

Y cuando me despido de ti, al igual que cuando lo hago del sol desde Platjes de Comte, Cala Benirrás o Sa Penya Esbarrada, siento que el alma se me parte y sufro por tu ausencia, esa que me acompañará durante el resto del año recordándome que yo, que sí te he sentido, te echaré para siempre de menos.