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Querida amiga salvaje y desmelenada, libre, elegante, misteriosa…
Te adoro, Formentera. ¿Sería posible llevarte en mi alma todo el año como un vigoroso talismán? Necesito tenerte cerca cuando empiece a ver borroso, cuando la prisa de los días y la gente sin alma me lleve al límite, y olvide quién soy; cuando empiece a ver en blanco y negro… y no con ese filtro de colores intensos que solo tienes tú: azules, verdes, rojizos, blancos… todos muy fuertes, sin medias tintas. Porque así eres tú: intensa, pura.
Quiero hacer contigo como hicieron otros muchos: Bob Marley, Bob Dylan, Jimi Hendrix, Eric Clapton, Pink Floyd… inspirarme en ti, buscarte, vivirte, encontrarme. Descalzarme y sentirte desde el minuto uno bajo mis pies. Energía poderosa que me recorre hasta el último pelo de mi cabeza: la necesito. Así que procuro volver. Volveré siempre que pueda. Volveré como volvemos todos los que vemos, asombrados, que este paraíso está tan al alcance, hermoso en todos los momentos del año.
A ellos, igual que a mí, alguien les contó un día que había una pequeña isla secreta en mitad del Mediterráneo donde se podía ir en bicicleta a todos sitios y donde el mar tenía una affair con una planta llamada posidonia que era la responsable de la transparencia y el color turquesa de sus aguas. Tu monumentalidad reside en la Madre Naturaleza, que nadie lo dude.
¡Ay! ¡Formentera te quiero! No sé si eres más bonita por tierra que bajo el mar. Contigo me debato en cuántas más piedras preciosas serás capaz de descubrirme. Cuando desembarco en La Savina –qué bien que no tengas aeropuerto– es como un chute de energía positiva del que vivo todo el año. Corro a tus brazos, playa de Ses Illetes, como si fuera una chiquilla en busca de un caramelo. ¿Por qué compararte con el Caribe si tu pureza va más mucho allá?
Qué más decir de tus playas, entre las mejores del mundo… que además, tienen el hechizo de la brisa y la fragancia de los pinares. Son absolutamente mágicas: playa de Llevant, la hermana menor de Ses Illetes, igual o más bella y menos transitada; playa de S’Alga, en la isla de Espalmador, una isla dentro de otra isla; playa de Migjorn y Es Arenals, para caminar con los pies descalzos sobre la arena muuuuucho tiempo; cala Saona, con tus tradicionales embarcaderos de madera y ese color rojizo de los pequeños acantilados… Es Caló d’es Mort, ¿eres una playa o eres un bocado del paraíso? Podría seguir así infinitamente… Podría peinarte un día y otro a bordo de uno de tus llaüts y perderme para siempre en el paraíso.
Tu belleza me genera un apetito voraz a ensaladas frescas de peix sec, a higos de tus higueras monumentales, a una tradicional fritada de langosta con huevos y patatas fritas… ¿Alguien puede resistirse? Comer y comerte, agradecer que estos manjares llegan a tus mesas mecidas por la brisa del mar desde los refugios de pescadores cercanos, Es Torrent de s’Alga y el puerto de Es Caló, cuyas casetas varadero (escars) están protegidas y declaradas Bien de Interés Cultural. Artesanos del mar cuyos llaüts se construyen con madera de árboles locales: pino, almendro, algarrobo, olivo… Todas estas palabras te evocan, amiga Formentera.
Siempre me pasa lo mismo cuando te tengo. No quiero dormir aunque caigo exhausta. Quiero aprovechar tus largos días, tus cortas noches y exprimir cada minuto y momento al máximo. Quiero montarme en la bici con la caída del sol y recorrer tus senderos (32 rutas), algunos como el del Pilar de la Mola, atravesando campos poblados de paredes de piedra seca, y tu icónico Molí Vell. Quiero alquilar una moto y disfrutar del rostro al viento camino de tus legendarios faros: Cap de Barbaria o Faro de La Mola, que engancharon hasta al mismísimo Julio Verne, y que como decía la escritora Menchu Gutiérrez (quien vivió dentro de un faro) a veces me parecen seres vivos, “animales inmovilizados por un hechizo” que miran al mar.
Digámoslo claro. No puedo dormir sabiendo que hay tanta belleza ahí afuera. Tus noches estrelladas piden ser vividas desde que el pistoletazo de las mejores puestas de sol del mundo dan la salida. Ver caer el sol en tus chiringuitos (Pirata Bus, ¿cómo no añorarte?) con un mojito en la mano para seguir disfrutándote por tus mercadillos (La Mola, no fallaré los domingos), por tus terrazas y a través de la sonrisa de tu gente… Quiero seguirte, seguirte siempre. Como te cantó el poeta Marià Villangómez: “El cielo aquí es muy grande, y se alarga el crepúsculo interminablemente”.
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