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Fauna marina, desde casa
Estos días de confinamiento del COVID19 somos muchas personas las que añoramos el mar y su fauna: tortugas, cetáceos, aves, peces luna o atunes saltarines además de la brisa salada impactando en nuestras caras mirando el azul de nuestros mares. Sin embargo, algunos de estos no han desaparecido completamente de nuestras vidas. Especialmente si tenemos la suerte de vivir cerca del mar o, incluso mejor, con vistas al mar. Toda la costa, balear o peninsular, incluso canaria o del norte de África, no es uniforme ni alberga la misma fauna. Pero en todas ellas hay aves que penetran en las ciudades, o las sobrevuelan, hasta el punto de llegar a nidificar en algún caso. Las bahías y playas, menos frecuentadas por embarcaciones, han sido recuperadas por algunos cetáceos que se aventuran cerca de playas o bocanas de puertos. E incluso el gran rorcual común se ha avistado en su migración hacia el mar de Liguria desde algunas privilegiadas casas cerca del mar en el litoral de Tarragona. Veamos qué especies marinas son las que más frecuentemente podemos ver y dónde. Cetáceos Hay que tener vistas al mar para intentar observar algún cetáceo desde casa, eso está claro. Sin embargo no se trata de una misión imposible. Con una óptica adecuada, prismáticos o, mejor, un telescopio, podríamos observar un sector litoral importante, tal vez de cuatro o más millas dependiendo de la altura donde estemos. Si las condiciones del mar son de calma, sin oleaje ni crestas, es posible que cualquier alteración del mar, salto o aleta, sea visible. Y ese movimiento de la superficie del mar es posible que corresponda a la aleta de un delfín mular (Tursiops truncatus), el delfín que todo el mundo reconoce de los delfinarios o películas, de color gris y tamaño grande, y que es muy costero. Habitualmente se observan delfines mulares en las costas de Ibiza, e incluso cerca del puerto, en la bahía de Palma o en la de Alcúdia e inmediaciones de Ciutadella, en Menorca. También en tránsito por la costa peninsular, incluso a las afueras de Barcelona o la comarca del Maresme, al norte de la ciudad condal. En el estrecho de Gibraltar abundan más los cetáceos. Las personas afortunadas con vistas al mar en la zona tal vez observen los allí residentes calderones (Globicephala melas), delfines aparte. En Canarias también los hay, junto con mulares, por ejemplo en algunas zonas costeras de Tenerife. Todo es cuestión de mirar en días favorables, de mar plana. Algunos observadores, sabedores de que estamos en época de migración de rorcuales (Balaenoptera physalus), han invertido horas en intentar obtener alguna cita desde casa. Con éxito. En Tarragona se han observado ejemplares mar adentro desde Torredembarra y pescadores, trabajando estos días en la mar, los han visto en las costas de Barcelona. Es el segundo cetáceo más grande del mundo después de la ballena azul y su observación a veces es delatada por el chorro de vapor de agua que exhalan desde su espiráculo, situado en su parte superior y cuya forma puede recordar a la silueta de un ciprés. Aves Lo que es cierto es que no todo el mundo puede vivir en primera línea de mar. Pero eso no quiere decir que no podamos disfrutar de algunas especies marinas. Si tenemos un puerto cerca, o una costa rocosa, tal vez podamos observar algún cormorán moñudo (Phalacrocorax aristotelis desmarestii), especialmente si estamos en Balears o en la costa levantina. Algunos puertos acogen charranes, sobre todo patinegros (Thalasseus sandvicensis), que se concentran en boyas o zonas de amarre y que se diferencian de las gaviotas porque capturan peces tirándose al mar, zambulléndose picando desde el aire. En esta época primaveral están a punto de irse, si no lo han hecho ya del todo, los cormoranes grandes (Phalacrocorax carbo), que a veces sobrevuelan las ciudades en vuelos migratorios en ‘V’. Aunque cría en algunos embalses de la Península, es un invernante frecuente en las costas ibéricas desde las que migra hacia el norte, hacia el Báltico donde nidificará. Cualquier bando de aves negras y grandes, volando altas hacia el norte, bien puede ser de esta especie que, aunque es casi siempre negra, tiene la cabeza blanca en los adultos estivales y la barriga más o menos blanquecina en los jóvenes inmaduros de uno o dos años. Las aves marinas más conocidas, sin embargo, son las gaviotas. Y no todas son especies comunes o incluso molestas para algunas personas. Una de ellas está amenazada de extinción: la gaviota de Audouin (Ichthyaetus audouinii). Esta especie, de tamaño grande, bastante mayor que la de una paloma, tiene las patas grises y el pico rojo. Es propia de la cuenca mediterránea aunque en invierno se puede ver alguna en las Canarias. Nidifica en la ciudad de Ceuta, en las islas Chafarinas, en las Balears, en las salinas de Torrevella en Alacant, València, el Delta de l’Ebre, Tarragona y Barcelona. Frecuentan los puertos y pueden sobrevolar las partes costeras de la ciudad. E incluso algunas de ellas portan una anilla plástica con letras, que indican su lugar de procedencia. Se especula, incluso, que estos días de confinamiento y relativa calma puedan ayudar a que esta especie protegida colonice alguna otra localidad o lugar, lo cual sería de gran interés para la conservación de la especie. Sin embargo, el ave marina que no solo se puede observar en ciudades sino que incluso las ha colonizado y nidifica en algunas terrazas, es la gaviota patiamarilla (Larus michahellis). Esta gaviota, la ‘grande’ a la cual estamos casi todo el mundo familiarizados, presenta las patas y pico amarillos, las partes inferiores blancas y el manto de color gris pizarra. Suele ser sedentaria, aunque puede llegar algún ejemplar invernal de otras latitudes a reforzar las poblaciones locales. En Canarias existe una subespecie más oscura, la ‘atlantis’ que sin embargo por lo demás es similar en diseño de la presente en el Mediterráneo. Durante el mes de abril efectuarán sus puestas, de hasta tres huevos, en sus colonias de cría, normalmente acantilados, playas o lugares apartados, pero también ciudades. Algunas terrazas apartadas pueden acoger una pareja nidificante y lo descubriréis cuando el mes de mayo, en caso de intentar subir y acercaros a los pollos, las gaviotas patiamarillas intenten protegerlos llegando a gritar o volar cerca de los humanos ‘invasores’. Esta ocupación no durará. El mes de junio volarán los pollos y las gaviotas no volverán a ser territoriales hasta el año siguiente. Esos edificios, esas terrazas aisladas, no dejan de ser acantilados artificiales que también acogen otras especies rupícolas como el vencejo real (Apus melba) o el colirrojo tizón (Phoenicurus ochruros) y aunque mucho menos glamurosos que unas deseables vistas al mar, tal vez nos recuerden con sus voces y vuelos nuestros viajes marinos y nuestro anhelado mar que esperemos volvamos a disfrutar bien pronto. Ricard Gutiérrez y Emma Guinart | www.pelagicus.cat
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