Exótica y pintoresca, paraíso de las compras en su medina, bañada por calas espectaculares y solitarias desde donde se contemplan singulares vistas del sur de la península, Tánger sigue siendo uno de los destinos turísticos más importantes de Marruecos.
Fundada por los fenicios, Tánger ha albergado un elenco de culturas y civilizaciones a lo largo de su dilatada historia. Cartagineses, griegos, visigodos, bizantinos, bereberes, portugueses… Más tarde los británicos y españoles, entre otros, se asentaron en este balcón privilegiado sobre el Estrecho.
Pasear por la ciudad es respirar un aire añejo, cosmopolita, un crisol para el viajero que encontrará olores y colores como nunca haya podido imaginar. Tánger fue morada y una verdadera meca para espías, artistas, pintores, escritores y excéntricos millonarios. Paul Bowles, Delacroix, Tennessee Williams, Jean Genet, Van Dongen, Joseph Kessel, Roland Barthes, Henri Matisse o Samuel Beckett, entre otros, se quedaron hechizados con esta ciudad marroquí.
Entre sus numerosos atractivos se encuentran las playas, siempre con pocos bañistas, una bahía que se extiende a lo largo de siete kilómetros. El litoral tangerino alberga playas de arena blanca y negra, acantilados y ensenadas donde también llega el viento de la montaña cargado con aromas de abetos y cedros.
La Gran Mezquita y el Museo Dar El Mandoub son de vista obligada. También en sus alrededores podremos ver las conocidas grutas donde debió vivir y descansar el mítico Hércules, agotado por el trabajo arduo de separar las pesadas columnas del Estrecho, desuniendo Europa y África. Cuando termina la Bahía de Tánger, en uno de sus extremos, nace Cabo Espartel, donde los días de poniente se toca con la mano Tarifa y se divisan las casas del sur de la península. Este lugar en expansión —donde se ubican grandes hoteles, casinos y residencias de lujo—, apenas está a unos minutos del centro y de camino al nuevo puerto Tánger Med, el enclave portuario situado a 40 kilómetros de la capital y que ha sustituido la actividad del puerto tradicional.
En Tánger, hay que perderse durante una mañana por la pintoresca Medina, donde se puede comprar en su gran multitud de pequeñas tiendas o bazares, o en la propia calle, donde abordan comerciantes con ancestros de mercaderes. Ya dentro del Zoco, se puede comprar una representación muy variada de productos marroquíes. Existen calles gremiales, donde los artesanos, como hace cientos de años, curten pieles, labran piezas de plata o fabrican lámparas de hierro a golpe de martillo. Es el Marruecos tradicional que aún perdura en una ciudad con toques de modernidad.
A lo largo de Tánger, no faltan numerosos cafetines y restaurantes de cocina tradicional, con abolengo, o los hoteles clásicos con bedeles ataviados con trajes del siglo XIX, como si recibieran a un sultán. En la mesa, el plato fuerte de Tánger son sus deliciosos pescados y mariscos a la barbacoa. Meros, lenguados, calamares… Una gran lonja se sirve en la misma arena en plena bahía, junto al mar.