Son apenas unos kilómetros, pero el Estrecho separa dos mundos tan similares como diferentes. Europa a un lado, África al otro.
Tánger es la mejor ciudad para entender en poco tiempo qué significa Marruecos. Como si de un degradado de color se tratara, la ciudad tangerina permite viajar paso a paso por la tradición local. Y tiene ese algo especial que tanto atrae. Algo más al sur, es Tetuán un buen siguiente paso en la inmersión africana. Menos turistas, más tradición y una medina tan disparatada como apasionante hacen que esta ciudad, vieja capital del protectorado español, ocupe un lugar destacado en el itinerario marroquí.
Tánger contiene huellas de las constantes invasiones sufridas a lo largo de su historia. Un vistazo rápido a sus calles, historia viva, así lo confirman. Pero si lo que se pretende es encontrar de cara su esencia, la mejor opción es la medina. Las callejas, rincones, escaleras o pasos abovedados que componen su intrincado urbanismo discurren por pequeños y preciosos barrios que forman la parte más vieja de la ciudad. Esa donde siempre hay sorpresas en forma de pequeños talleres, panaderías, farmacias bereberes, comercios inesperados, rincones mágicos. Y si en la parte más baja, cerca del viejo puerto, la Gran Mezquita ubicada junto a la puerta de Bab el-Marsa es lugar de parada obligatoria, en lo más alto lo es La Kasba, que regala una amplia vista panorámica hacia la costa española, casi a tiro de piedra.
La salida de la medina hacia el oeste culmina en el Grand Socco, una amplia plaza inclinada donde la vida bulle, como privilegiadamente se puede comprobar desde la terraza del café Al Mountazah. La mezquita preside el espacio junto al viejo Cinema Rif, que hoy alberga la Cinemateca de Tánger, uno de los últimos vestigios de la vida cultural que se movió en la ciudad a mediados del siglo pasado. Junto al Grand Socco hay magníficas opciones para degustar la cocina local. El Saveur de Poisson es una de ellas. Un pequeño restaurante en el que se mezclan unos cuantos turistas con residentes tangerinos, donde almorzar es toda una experiencia, con el marisco y la pesca del día como oferta principal.
A pocos pasos de allí, el Café de París ofrece un lugar ideal para el descanso y la observación. Y, algo más lejos, uno de los clásicos de Tánger: el café Hafa, una serie de terrazas con vistas al Estrecho donde el atardecer se hace inolvidable junto, como poco, a un té moruno, tal y como hacían los Rolling durante sus estancias en la ciudad.
Capital del protectorado español durante más de cuatro décadas, el turismo de masas apenas ha llegado a Tetuán. Es, sin duda, su medina donde queda totalmente justificada la visita a Tetuán. Atravesar la puerta Bab er-Rouah, al oeste y junto al Palacio Real, o la situada al este, Bab el-Okla, permite entender rápidamente por qué esta zona ha sido declarada Patrimonio Mundial por la Unesco. Los arcos de acceso suponen un túnel del tiempo: cada metro que se avanza en distancia se retrocede en años. Y siglos. Recorrer el entramado de callejuelas permite disfrutar de las viejas particularidades de Marruecos, encaminarse hacia el corazón de un país maravilloso, olvidar lo superfluo para volver a lo esencial, al origen.