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Navegando a alta velocidad


Tara Aguilar (Algeciras, 1990) y Alejandro López (Tarifa, 1990) trabajan como jefes de cabina en los fast ferries Formentera Direct y Jaume II de Baleària respectivamente. A pesar de tener las mismas responsabilidades, las peculiaridades de cada ruta y buque hacen que las vivencias a bordo sean diferentes. Cuando oyes la palabra fast ferry, lo primero que te viene a la mente es velocidad. La rapidez en la que un pasajero llega a su destino. Efectivamente, esa es la característica principal que destaca Alejandro del Jaume II, el buque en el que trabaja. Se trata de un barco que la naviera remotorizó el año pasado para ganar en ecoeficiencia, rapidez y comodidad. “El Jaume II navega a una velocidad máxima de 35 nudos, lo que permite realizar por ejemplo la travesía entre Dénia y Ibiza en dos horas. Además, con la inversión que hizo la compañía, la embarcación también ha mejorado los salones y los servicios del buque”, afirma.   [caption id="attachment_2130" align="aligncenter" width="1000"] Navegando a alta velocidad en fast ferry El 'Jaume II' fue remotorizado el año pasado para ganar en ecoeficiencia.[/caption]   El Formentera Direct opera la ruta entre las Pitusas, una travesía mucho más corta (de 30 minutos) y donde las necesidades del cliente son distintas, ya que busca una mayor frecuencia de horarios y menor duración del trayecto. Tara afirma que en esta línea la relación con los pasajeros es diferente. “Son clientes habituales, que vemos muy a menudo y el trato es más próximo y cercano”, explica. Está claro que contar con buenas instalaciones en el buque ya tienes camino avanzado para ganar al cliente, sin embargo, Alejandro remarca que es fundamental ofrecer a los pasajeros un servicio personalizado y de calidad y ahí el éxito reside en el trato que la tripulación transmite a los clientes. “Uno de los retos que tengo como jefe de cabina es conseguir que el pasajero se sienta a gusto, como en su casa, desde que embarca hasta que desembarca” menciona. “Para ello es muy importante tener al equipo contento. Un trabajador satisfecho aporta mucho más que uno que no lo está y en eso me esfuerzo para conseguirlo” comenta. En este aspecto Tara está totalmente de acuerdo y señala que para ella es imprescindible “el buen ambiente”. “El ritmo de trabajo en un fast ferry es más intenso, aun así lo prefiero”, remarca Tara.  Durante los cinco viajes de ida y vuelta que realiza el buque entre Ibiza y Formentera, ella se dedica a supervisar y coordinar al equipo para dar el mejor servicio a los clientes. Asimismo, los jefes de cabina son las personas que hacen de enlace entre el barco y los departamentos de Tierra.   [caption id="attachment_2132" align="aligncenter" width="1000"] Navegando a alta velocidad en fast ferry Tara Aguilar y Alejandro López trabajan como jefes de cabina en el 'Formentera Direct' y 'Jaume II' respectivamente.[/caption]   La atención a los pasajeros en los fast ferry tiene también sus peculiaridades. “Al contar con menos zonas que un ferry, el fast ferry nos proporciona un mayor contacto con el pasajero y eso posibilita ofrecerles un mayor servicio y una atención mucho más personalizada” cuenta Alejandro. “Otro punto a favor de los fast ferries es que son más fáciles de atracar y este hecho hace que los embarques y desembarques sean más fluidos y más rápidos”, destaca Alejandro. A pesar de que las travesías son más cortas, Baleària proporciona también numerosos servicios a bordo en los buques de alta velocidad. “La naviera está muy concienciada en que los servicios al cliente son muy importantes, por eso disponemos de una diversidad de prestaciones durante el trayecto, desde una cartelera variada de películas a zonas infantiles de juegos, bares y cafeterías con menús de desayuno y comida”, aclara Alejandro.  Los servicios del Jaume II se completan con la acomodación para mascotas (con música ambiental y toldo protector para las inclemencias del tiempo) o una tienda con todo tipo de accesorios (perfumes, relojes, chocolates, etc.). La travesía en un fast ferry, a pesar de corta, es toda una experiencia de viaje. Navegar puede resultar muy gratificante y la profesión de jefe de cabina la pieza clave para que el pasajero desembarque con un buen sabor de boca.    
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Pedro Bailón: «En máquinas se forman familias muy fuertes»
Historias del mar

Pedro Bailón: «En máquinas se forman familias muy fuertes»

  A Pedro Bailón (Premià de Mar, 1992) el mar siempre le ha llamado la atención y, aunque hubo un tiempo en que dudó entre el trabajo en un buque y el de tierra, la atmósfera de la vida a bordo le cautivó. Actualmente es jefe de máquinas del Ciudad de Mahón, en el que forma parte de un equipo con un engranaje muy sólido.     P. ¿Cómo es el día a día en la sala de máquinas de un buque? R. Cada día es una nueva aventura y un nuevo reto. Siempre tienes experiencias nuevas que te hacen aprender y ser mejor día tras día. La máquina de un barco es un lugar peculiar,  donde nacen y se forman familias muy fuertes. En cada momento tienes a unos cuantos valientes luchando contra los retos que surgen. Más que hablar del día a día, realmente es un constante trabajo en equipo. Cada jornada se rige por unos trabajos de mantenimiento organizados que hacen que el corazón del barco funcione como un reloj suizo. A partir de aquí se reparte el trabajo a cada uno de los integrantes, porque todo suma y un poco de todos es mucho para el área de Máquinas y para el barco. Impera el buen estar, el buen hacer y el compañerismo; se intenta ser lo más profesional posible y estar a la altura de cada situación. En la vida a bordo también es muy importante saber gestionarse el tiempo... especialmente para la gente de Máquinas es muy importante el descanso, porque nunca sabes qué puede pasar.   P. ¿Cuáles son las cualidades de un jefe de máquinas? R. Sobre todo es imprescindible saber mantener los nervios. Si el jefe de máquinas se pone nervioso... lo contagia a todo el equipo. También es fundamental hacer equipo.   P. ¿Qué te motivó a trabajar en el mar y especializarte en Máquinas? R. Tengo una relación estrecha con el mar desde bien pequeño, cuando veraneaba con mis padres en la costa de Tarragona. La motivación de dedicarme al mar surge sobre todo de su inmensidad y de sus ‘cambios de humor’, que siempre me han fascinado. En cuanto a decantarme por  Máquinas, viene de mi inquietud... siempre me ha gustado investigar y conocer cómo funciona cualquier detalle; y qué mejor sitio que una sala de máquinas para saber el cómo, el cuándo y el porqué de todo. Soy un apasionado de la reparación en general y, además, me encanta la  mecánica.     P. ¿Alguna anécdota curiosa o momento que recordar? R. A bordo cada día es una nueva aventura. Pero si tengo que quedarme con algún momento seguro que sería mi primera vez dentro de una sala de máquinas; nunca lo olvidaré. Los olores de combustibles, que acabamos normalizando, y, por supuesto, el ruido. Evidentemente de anécdotas tengo mil y una, pero como digo, Máquinas es una familia y me quedo con todos los momentos difíciles donde entre todos se ha sacado todo adelante.   P. ¿Qué haces cuando estás desembarcado? R. Al final cuando estás en casa intentas hacer todo lo que no te ha dado tiempo durante tu embarque. Me describiría como un todoterreno; tengo varias facetas, pero la que más me define es mi afición por la pesca, a la cual dedico mucho de mi tiempo libre. También me gusta leer y practico mucho deporte. Me encanta pasar tiempo con los míos e intentar dedicarles mis mejores momentos. Además, disfruto mucho yendo a ver a mi equipo preferido al campo, el RCD Espanyol, y sufriendo con éste. También me estoy aficionando a la cocina, pero aún me falta practicar. Y por supuesto salir en moto.     Con el mar cerca Su pasión por el mar y la mecánica hizo que estudiase en la Facultad de Náutica de Barcelona. Ha trabajado en diferentes sitios, tanto a pie de muelle como a bordo, pasando por remolcadores, empresas de mantenimiento y buques de crucero. Pedro es tanto ‘de mar’, que incluso su  tiempo libre lo dedica a otra de sus pasiones, la pesca.      


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Las mejores playas gaditanas
Guías de viajes

Las mejores playas gaditanas

  La costa de Cádiz se enorgullece de contar con algunas de las playas más impresionantes de Europa, paisajes naturales de arena fina y virgen que invitan tanto al relax como a la emoción de deslizarse sobre las olas en una tabla de surf.     Las calas de Roche   Las calas de Roche son como el último sorbo de una buena copa de vino. La costa de Cádiz posee muchos tesoros escondidos capaces de sorprender al visitante, aunque no todos son de fácil acceso. Las calas de Roche son una sucesión de hermosas y pequeñas calas rodeadas de naturaleza y acantilados al norte de Conil. Contemplar el atardecer desde cualquiera de ellas representa una de las experiencias más maravillosas que se puede disfrutar en todo el litoral andaluz.     Una serie de senderos, que parten desde el mismo Conil, bordeando la costa, conducen hasta estas playas en forma de medialuna, difíciles de divisar a simple vista desde la carretera que discurre elevada y paralela al mar. Lo complicado de su orografía es parte de su encanto que, además, se ve fortalecido por su naturaleza efímera, ya que el hecho de poder llegar hasta ellas o gozar de su arena depende por completo del ritmo cadencioso de las mareas. Otro de sus encantos radica en que se han conservado completamente vírgenes, por lo que no disponen de chiringuitos, duchas, aseos o cualquier otro servicio; únicamente naturaleza en estado puro.     Cala Frailecillo, cala Encendida, cala Tío Juan Medina, cala Pato, cala Medina y cala Áspero son la media docena de calas que forman esta espectacular zona del litoral gaditano de apenas 600 metros de extensión. A todas ellas se accede por unas escalinatas excavadas en la roca que descienden desde los acantilados rojizos. Sus vistas son idílicas, el agua siempre cristalina y prácticamente sin oleaje, su olor inconfundible a salitre y, por supuesto, el sonido constante del vaivén de las olas como telón de fondo hacen que uno se sienta como en un cuento de hadas. Ideales para evadirse del mundo y del frenesí diario.        Dunas de Valdevaqueros   La playa de Valdevaqueros, la más bonita de Tarifa, es uno de los pocos lugares vírgenes que quedan en la Costa de la Luz, donde los valles de los ríos desembocan silenciosos en la playa y en la sierra litoral, ajenos al ajetreo de las olas mar adentro donde los amantes del windsurf y del esquí con cometa luchan por subirse a la gran ola. En primera línea de costa, en este edén natural de arena fina, 4 kilómetros de dunas móviles se desplazan al capricho de los vientos engullendo árboles, carreteras y amenazando con sepultar todo aquello que encuentren a su paso.     El médano de Valdevaqueros se formó como consecuencia de las acciones militares llevadas a cabo en la década de los cuarenta, en plena dictadura franquista, para acondicionar los terrenos que daban acceso a los cuarteles de la zona, y para cavar algunas trincheras que impidieran un posible desembarco aliado en la costa. La construcción de un foso de arena alargado paralelo a la costa entre la zona dunar y la orilla del mar, junto con los fuertes vientos de levante desplazaron la arena y provocaron un aumento de la franja dunar que aumenta, imparable, año tras año.    Actualmente, en los días de fuerte viento de levante, la arena invade totalmente la carretera A-2325, en la que habitualmente los turistas curiosos se hacen selfies con las señales de tráfico medio enterradas. Esos días, la vía se vuelve totalmente intransitable y los vecinos quedan incomunicados hasta que las máquinas excavadoras retiran las ingentes cantidades de arena que, a veces, llegan a alcanzar los 30 metros de altura.         Caños de Meca: Faro de Trafalgar   Caños de Meca todavía se asocia a esa imagen de la década de los sesenta en la que ostentaba el título de ser el rincón más hippie de la costa gaditana, frecuentado por bohemios, artistas y, en ocasiones, incluso por algunos de los miembros de la llamada movida madrileña, en busca de esa anhelada libertad. La misma que todavía persiguen hoy en día los que se acercan a este municipio en busca del contacto directo con la naturaleza, el mar, una dieta saludable, atardeceres de película y, sobre todo, la posibilidad de bajar las revoluciones de la vida estresada de las grandes ciudades.      El viento persistente, las dunas doradas y un pasado bucanero envuelven el faro de Trafalgar en una atmósfera misteriosa. Contemplar el atardecer frente a este baluarte histórico de 34 metros de altura representa una auténtica delicia. Solitario ante la inmensidad del océano, el faro se sitúa en una zona repleta de dunas doradas, extensas playas y una vegetación que a veces llega incluso hasta la arena. Una pasarela de madera serpentea por la costa, atravesando acantilados, desde donde se pueden observar infinitos tonos azulados que el océano dibuja según las corrientes. A lo lejos, los surfistas, windsurfistas y kitesurfistas buscan el viento de levante que les haga volar, ajenos al hecho de que hace algo más de 200 años, en este mismo escenario, se libraba la batalla de Trafalgar, un enfrentamiento naval entre la Armada Real Británica y las flotas combinadas de las Armadas francesa y española que tuvo lugar durante la guerra de la tercera coalición. La victoria, por cierto, cayó del lado inglés.     Desde el promontorio del faro, se puede bajar hasta la playa de Trafalgar, una enorme cala virgen de arena fina y dorada que se extiende a lo largo de 2 km desde el cabo hasta la playa de Zahora, al norte.       


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