Conectar con la naturaleza para salir de la rutina

Por Ignacio Sánchez


La ciencia demuestra que el contacto con lo natural solo tiene efectos positivos para la salud mental y el bienestar. Caminar por un bosque, pasear por la playa  o simplemente disfrutar conscientemente de un parque cercano nos ayuda a afrontar la rutina.

No es la panacea, pero hay infinidad de estudios que asocian la experiencia en la naturaleza con una mayor felicidad, mejor capacidad de gestión y, sobre todo, la disminución de la angustia mental. «La ciencia ha demostrado que el contacto con la naturaleza sana. Y a quienes están bien, les mejora el bienestar de una manera significativa», subraya Carmen Velayos, profesora de Filosofía en la Universidad de Salamanca.


Baños de bosque
Una de las prácticas más reconocidas en este campo se denomina Shinrin Yoku y procede de Japón, país en el que tiene mucha tradición. Se podría traducir como baños de bosque, aunque literalmente significa 'absorber la atmósfera del bosque'. Su práctica no tiene demasiado truco: se trata de pasear de manera inmersiva por un bosque, de forma pausada y poniendo los cinco sentidos en ello, olvidando lo demás.

Es una estupenda manera de desconectar, liberarse del estrés y recordar la esencia natural del ser humano. Hemos pasado la inmensa mayoría de nuestra existencia en la naturaleza, pero en los últimos siglos se nos ha olvidado, refugiándonos en ciudades que, si bien ofrecen muchas comodidades, nos alejan de nuestro origen. Más aún en los grandes entornos urbanos de hoy, donde el asfalto nos hace olvidar la tierra que hay debajo y las zonas verdes, parques y arboledas son generalmente muy escasas.

 


¿Es necesario adentrarse en un denso bosque? La teoría (y la práctica) dicen que es lo ideal, pero no es estrictamente necesario. Es posible saborear un baño de naturaleza en un parque o un espacio natural incluso dentro de la ciudad. El principal requisito es olvidar la prisa, caminar en silencio, centrar todos los sentidos en la naturaleza y hacer caso a cualquier estímulo natural: el canto de un pájaro, el sonido del aire al mecer los árboles, una mariposa… Todo ello produce una mejoría de nuestra salud mental y nos ayuda a superar momentos duros. Y hay más beneficios: «La experiencia de la naturaleza está vinculada a un mejor funcionamiento cognitivo, pero también a la memoria, atención, imaginación y creatividad», apuntaba Gretchen Daily, investigador de la Universidad de Stanford (Estados Unidos) en un estudio de 2019 en el que planteaba un  marco sobre el que urbanistas, arquitectos y paisajistas podrían basarse para planificar las ciudades en beneficio de la salud mental.


Beneficios neurológicos
Físicamente, el acercamiento a lo natural, según decenas de estudios, puede ayudar a reducir la presión arterial y las hormonas del estrés, disminuir la excitación nerviosa, mejorar la función inmunológica, aumentar la autoestima, reducir la ansiedad y mejorar el estado de ánimo. Argumentos más que suficientes para afrontar el día a día con un buen baño de naturaleza e ir pensando en incluir estos paseos sensoriales en nuestra rutina. No hay más que beneficios. ¿Empezamos ya?

 

Receta: dos horas a la semana

¿Cuánto tiempo debo estar en contacto con la naturaleza? La respuesta depende de cada persona, pero hay un tiempo que parece el mínimo requerido: dos horas a la semana, que se pueden  repartir en uno o varios días. Lo demostró el Centro Europeo para el Medio Ambiente y la Salud Humana de la Universidad de Exeter en un estudio en el que participaron 20.000 personas. Las que pasaban dos horas a la semana en espacios verdes, parques locales u otros entornos naturales, todos de una vez o espaciadas en varias visitas, tenían muchas más probabilidades de mostrar buena salud y bienestar psicológico que aquellos que no lo hacían. No hay excusas: sacar 120 minutos a la semana es un objetivo más que razonable para prácticamente cualquier persona.

 

Miedos: ecoansiedad y bichofobia

La psicología empieza a poner nombre a las consecuencias de alejarnos del entorno natural. Por ejemplo, el síndrome de déficit de naturaleza se refiere a los efectos que tiene en los niños la falta de contacto con la naturaleza. La ecoansiedad es el estrés por la destrucción del planeta y la bichofobia, el temor a insectos, aves u otros animales por la falta de relación diaria con ellos.

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