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Fez, laberinto de pasiones
Fez es la ciudad imperial más antigua de Marruecos, ha sido tres veces capital del reino y está considerada como su centro espiritual e intelectual. Sus murallas albergan el-Bali, la mayor zona peatonal del mundo y, al mismo tiempo, el emplazamiento medieval más extenso que se conserva de la actualidad. Esta impresionante medina parece hacer realidad todos los escenarios que imaginó Sherezade en sus mil y una noches. Aquí están los fabricantes de elixires para el mal de amores los maestros de saberes milenarios, los faquires, los adivinos, los aguadores y los vendedores de alfombras, alguna de ellas dispuesta a volar... El-Bali comprende la ciudad a lo largo de 350 hectáreas de callejuelas y rincones. Un enorme laberinto, sin apenas cambios en su trazado en el último milenio, distinguido como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Sin embargo, si queremos captar la medina en toda su dimensión debemos alejarnos: lo mejor es observarla desde lo alto, en el Hotel des Mérinides en El Kolla, situado en la ciudad nueva. Herencia andaluza, madrazas y mezquitas Para acceder a la medina se bordea el Barrio de los Andaluces, donde se asentaron hace más de mil años los inmigrantes de la España musulmana y trasladaron su arte y cultura, como revela con especial esmero la Mezquita de los Andaluces, caracterizada por su minarete verde y blanco. No es ésta, desde luego, la única mezquita ni la más importante de Fez. Ese reconocimiento corresponde a Karaouiyine, la segunda más grande de Marruecos, el centro de enseñanza más antiguo de occidente y la sede de una de las bibliotecas más ricas del mundo. Sólo la supera en belleza y elegancia Bou Inania, la gran madraza del siglo XIV, rica en adornos de madera de cedro y estucos esculpidos, ornamentos de mármol y ónice. Nota para el viajero: los nesrani (no musulmanes) tienen prohibida la entrada y tendrán que conformarse con vislumbrar alguno de sus patios. Tampoco es posible visitar la zaouia y tumba de Moulay Idriss II, uno de los principales santuarios de Fez. En las proximidades encontremos la Place el-Nejjarine donde se erige la fuente más hermosa de la ciudad, decorada con bellos mosaicos, y el fondac o caravansar el-Nejjarine, que alberga el Museo de la Madera. La decoración de la madraza el-Attarine roza el refinamiento de Bou Inania y cuenta con unas magníficas vistas desde la azotea. Para rematar este recorrido monumental tenemos el antiguo palacio Dar Batha, de estilo arábigo andalusí, y hoy museo de las artes y tradiciones de Fez. Una visita imprescindible para apreciar la producción de una ciudad célebre por la destreza de sus artesanos. Entrando en la medina: zocos y talleres Pero por muchos y muy bellos monumentos que guarde la medina, su auténtica alma se encuentra en los callejones -a veces de sólo 60 centímetros de ancho- y en sus barrios de artesanos donde perviven oficios y maneras medievales: afiladores, zapateros, alfareros, tintoreros y orfebres entre otros, organizados en gremios, como hace siglos. En Fez es difícil orientarse, pero como dicen los fasíes, la ciudad se encuentra al perderse. En nuestro itinerario recorreremos calles cubiertas de cañamazos que filtran la luz, un trasiego de burros y carretillas (los únicos “vehículos” que pueden circular) y un repertorio humano compuesto por ancianos de aspecto bíblico, mujeres ataviadas en kaftanes de seda, mendigos, la divertida chiquillería o los faux guides, personajes clave para encontrar el camino. La medina es un abanico de sensaciones. Un barullo en el que sobresale el ruido de las alhóndigas; las voces de vendedores, aguadores y conductores de asnos, pidiendo paso al grito de belek, belek, el canto de los muecines desde los minaretes o los politonos con hits del pop magrebí... Nos acompaña el aroma de especias, verduras y pescados, de las carnicerías que exhiben cabezas de camello, de pasteles y dulces recién elaborados, y de los puestos ambulantes de b´sara, una sopa de ajo y judías especialidad fasí. [gallery type="rectangular" link="file" ids="1827,1826,1825,1824"] El patio de curtidores Pero sin duda el perfume más característico de la medina de Fez es el persistente hedor de las tenerías que curten y tiñen los cordobanes que dan fama a la ciudad desde hace siglos. El tufo se distingue desde lejos y apenas se mitiga con el ramillete de jazmines o las hojas de hierbabuena con las que se obsequia al viajero. Nos invade el olor a una mezcla de pieles crudas con heces de paloma y orina de vaca con ceniza, esenciales para el tinte. Y de materias primas naturales –según exige la tradición fasí- como cromo, tanino, alumbre, índigo, azafrán o amapola, que dan vivos colores pero no consiguen mejorar el aroma. El espectáculo, compensa los inconvenientes. Desde las terrazas es posible contemplar el durísimo trabajo a la intemperie de los artesanos en un escenario multicolor salido de la imaginación de un pintor cubista. En la curtiduría Swara, la más grande de las cuatro que existen en la medina, los obreros (a veces niños o adolescentes) se sumergen hasta las rodillas en tinajas de colores para pisotear pieles de oveja, cabra, buey o camello e impregnarlas de pigmentos. Cueros que luego secan al calor de un sol implacable que en verano regala temperaturas de 50 grados. El resultado es un producto de gran suavidad, color uniforme y calidad excepcional. El cuero de Fez está considera el mejor del mundo y es una fuente de riqueza esencial para la ciudad desde hace siglos, como recuerda el proverbio árabe dar dbagh dar dhab ("la curtiduría es una mina de oro"). La medina secreta Después de una jornada de vivencias únicas, todavía aguardan algunas sorpresas. Tras los sobrios muros de las madrazas y mezquitas, ocultas al final de estrechos callejones, al dorso de anodinas puertas, encontramos lujosos palacios y casas señoriales, muchas de ellas convertidas hoy en riads (hoteles tradicionales) donde la vida se organiza en torno a un patio y una fuente. Un oasis de calma frente al bullicio de el-Bali. Y para reconciliarse con el cielo que oculta la medina quedan los jardines públicos de Boujeloud o los del mítico hotel Palais Jamaï, de visita obligada al atardecer. En esta zona destaca el Palacio Real, con sus magníficas puertas doradas y el barrio judío, o Mellah con su impresionante cementerio. Texto de Enrique Sancho Fotografías de Carmen Cespedosa www.turismomarruecos.com
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