Menorca: una necrópolis con vistas al Mediterráneo


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Menorca es una isla por descubrir, no solo por sus espectaculares calas o su paisaje, sino que también alberga un gran museo al aire libre: la Menorca Talayótica.

A esta Menorca ciclópea de navetas, taulas y talayots, de salas hipóstilas, poblados de interior y de costa, además de interesantes necrópolis como la de Cala Morell, la más conocida o el Castellàs des Caparrot de Forma. Este último es uno de los lugares más sorprendentes de la isla, con una ciudad de los muertos conformada por 23 cuevas artificiales o hipogeos donde los antiguos habitantes de la isla enterraban a sus seres queridos, con vistas al Mare Nostrum.

Accederemos a este lugar por la carretera de Sant Climent a Binidalí, donde, a los 2,5 kilómetros, encontraremos el desvío que nos llevará hasta la urbanización y playa de Es Canutells.


Veintitrés cuevas

Después de recorrer poco más de dos kilómetros y una vez en la urbanización tomaremos un  sendero a mano izquierda mirando al mar que nos llevará hasta este singular paraje. Este  yacimiento, o dos yacimientos para ser más exactos, se encuentra en la red de visitas  recomendadas por la Menorca Talayótica, pendiente de su declaración como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Es Caparrot de Forma, como se le conoce popularmente, está formado por estas 23 cuevas artificiales de enterramiento a pies del acantilado, excavadas por un equipo multidisciplinar del Consell de Menorca y la Universidad de Sassari (Cerdeña) que confirmaron el uso funerario de estos hipogeos con vistas al mar.

Los enterramientos se hicieron con cal viva y los muertos llevaban consigo algunos objetos personales como cuentas de pasta de vidrio (collares) o brazaletes de hierro y bronce. Vivieron y murieron mirando el mar, ese mar que les daba alimento, vida, comercio, pero también terror, porque a través de él llegaba también el peligro y los ataques foráneos. Por eso los antiguos habitantes de Menorca construyeron recintos amurallados, tanto en el interior como en la costa.

 


Es Castellàs es un ejemplo de recinto amurallado en la costa, como el de Cala Morell, donde  permitía que un pequeño núcleo de población pudiera sobrevivir aislado. Una muralla ciclópea con su bastión a modo de torre o talayot cerraba el Cabo de Forma. Este pequeño castillo talayótico servía tanto para la defensa, el comercio o como punto de referencia para que los navegantes llegaran a puerto.


En el interior del recinto amurallado, al igual que en el de Cala Morell en Ciutadella, en Es Castellàs des Caparrot había casas de tipología navetiforme, con sus habitaciones, sus cocinas, sus zonas para moler grano y un aljibe que les proporcionaba agua dulce. En las excavaciones realizadas se han encontrado restos de vasijas de cerámica, dos molinos de mano (molons) y huesos de animales que formaban parte de su dieta como cabras, ovejas y cerdos.

 

Vida eterna en el acantilado

Los habitantes del Castellás de Forma vivieron de cara al mar, respiraron a diario el ozono de las olas al romper con la costa, se alimentaron de peces, moluscos y también de los animales que tenían en cautividad y que cazaron. Y cuando al hombre talayótico le llegó su hora, se adelantó a Serrat, a su Mediterráneo y quiso ser enterrado, no en la ladera de un monte, pero sí de un  acantilado, entre la playa y el cielo, más alto que el horizonte, con buenas vistas y cerca del mar, porque aquel menorquín de hace 2.000 años atrás nació en el Mediterráneo.

 

 

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